martes, 30 de diciembre de 2008

Narraciones ficticias 2(3)


Echa el cierre, mientras su sonrisa avanza por la calle de polvo o piedra de un pueblo o una aldea cualquiera. La bollería extinta, cierra. Cae la guerra.

Narraciones ficticias 2(2)


En la sonrisa de la tendera se cifra el olor del tiempo. Da a probar sus dulces como un regalo de la vida, como quien dando un pellizco, quiere despertar a la gracia de estar vivos y compartir el olor caliente del tiempo ya ido. En un rincón de la antigua casa, hubo siempre una tendera que ofrecía los bollos dulces a los labios agrietados por el frío, o el calor del campo, que ofrecía a la furioa y el odio, una silla para el olvido y velar al calor de la harina y el horlno. La tendera del tiempo, echa el cierre

DiVersos


La luz parecía pálida; al mirarla tus ojos se expandió el brillo.

DiVersos


Cartografía de la infancia, mapa de la memoria. Surco del tiempo.
Maulique, mi oasis africano

DiVersos


La velocidad se ha tomado un respiro; se ha tragado el viento

Narraciones ficticias 2(1)


La bollería extinta, lo dulce, el cariño, el afecto, lo cercano, el lecho. La tienda se cierra. Sonrisa.
La bollería extinta en un rincón, un recodo debajo de la escalera de la casa antigua. Olor caliente. Una silla, siempre una silla, elemento mínimo que genera una escena, una silla en la bollería extinta, el mobiliario más lujoso. Una silla, un descanso. La bollería extinta, las sillas del velatorio.

viernes, 12 de diciembre de 2008

Se oyen ruidos


El estudio parece un sitio ordenado, las mesas repartidas cerca de las ventanas, que aunque chicas dejan que la luz contaminada entre matizada por estores limpios y que dejan hacer su función a las luces planas. el proyecto se trocea en infinitas secciones delicadas, había pensado en el cristal pero se fue convenciendo de otra cosa. Su hacer era interrumpido muchos días a una hora, sería sobre las doce, buena hora del angelus pensaba cuando ello sucedía. El atasco que sentía en sus secciones quedaba atrás cuando se distraía en lo que oía, en ensoñar las escenas que no veía, en preguntarse por los protagonista, en no menos a veces, desear ser uno de ellos, aunque la verdad todo era sueños de él, porque saber lo que esos ruidos eran no lo sabía. Comenzaban con pasos en la escalera, unos pasos característicos, pertenecientes podría ser, a un cuerpo ligero, no excesivamente alto, pensaba esto por la fuerza de la pisada y lo que calculaba como el tiempo en segundos en levantar el pie posado y asentar el otro. Ese momento casi inexistente donde se está en el aire. Las pisadas que escuchaba tenían ese rumor de un milisegundo sin sonido. Por ello deducía que el porte debía ser mediana estatura y menuda constitución. Estas primeras pisadas no eran de tacones pero tampoco de suela plana. Cada día aguzaba el oído para tratar de intelegir qué zapato llevaba, se había dado cuenta que en primavera y verano el calzado cambiaba, el roce era más suave, el arrastre apenas si se percibía. Esta ligereza le había llevado a la conclusión que en primer lugar venía la mujer. Sí, tenía que tratarse de una mujer. Pensaba él que los hombres son más toscos en el andar, más como diría, más corporales, mueven su masa con más torpeza. Por otro lado además de esto, estaba la respiración, sí ésta también se oía en el aliento pelín sofocado que llevaba. Ahí se le cruzaban las ideas, por un lado consideraba que subir escaleras por muy ligeramente que se haga requiere un esfuerzo, y tal vez quién subía no era muy deportista y fumaba y por otro lado pensaba que denunciaba su ansia, su nerviosismo excitado, su deseo anhelante. Cuando llega ahí, se detiene. Podría ocurrir lo que no quiere. Una vez más piensa que es un ser afiebrado. La puerta de arriba bate su parpadeo y él está condenado, ya lo sabe, a lo que día sí y otro más o menos, se apodera de él. Sentado en el pequeño sofá, en el rincón con la mesita, justo enfrente del gran ventanal y al lado del balcón vestido de gasa. Allí, espacio que miraba y no entendía, dejaba que el rumor de sofocos que llegaban llenara sus ojos de paseantes blandos.
La llave de la puerta anunció la entrada de su socia. Se
levantó y trató de fijar los ojos en la mesa de secciones. Su socia a veces le observaba demasiado, temía que un día ella le soltara una revelación incomprensible e inasumible, las mujeres, pensó, las gastan demasiado llanas o directas.

DiVersos


las brumas son bellas porque son nacientes

Narraciones ficticias


Erase aquella jovencita que vino de lejos, de un mundo tan antiguo que ya era antiguo en su presente. Aquella joven que llegó a la ciudad desde el territorio lejano, conoció a la estrella de cine. Aquél de la sonrisa y los ojos entregados.Ella veía sus películas como quien ve por primera vez el mundo de lo que desea, el amor que ama. La joven no quería ser actriz, quería el mundo que contaban las películas aquellas que veía por primera vez en la primera televisión; allí, en el barrio al que llegó desde aquel mundo lejano, que de tan lejano casi es inexistente. Soñar con ser amada como amaba él en las películas, soñar con amar desde la nada como aquella chica no tan pobre pero que daba el pego de pobre.

Abajo, en la calle de la ciudad a la que llegó, los papeles los mueve el aire y en las mañanas se llenaba de hombres que con sus bolsos negros cogían autobuses que les trasladaban a los tajos y a los comercios, expandiendo el olor de sus tarteras de aluminio, en los olfatos sensibles.

Aquella jovencita piensa que la vida es siempre un sueño robado.