domingo, 21 de febrero de 2010

Narraciones ficticias 19


IRISACIONES


Había, en aquel pueblo cercano a una sierra no muy grande pero tampoco pequeña, una muchacha triste pero también alegre, que entretenía las tardes de mayo en fantasías caprichosas, como imaginar que un día, a lo lejos, vería llegar un chico que le iba a traer compañía. Podría preguntarse por qué vendría y por qué a lo lejos. La muchacha no sabía contestarse. Su anhelo era que viniese y sus ojos se cansaban de escudriñar los caminos largos, largos que por doquier había. Nunca imaginó que llegaría en una reunión, donde personas amables, presentarían a muchachos gentiles, ni que en juegos tardíos otros muchachos lo harían llegar.


A lo lejos, a lo lejos. Así, imaginó que una tarde cualquiera, de mayo oloroso, mientras estaba sentada en el pretil de un puente -¡oh, todo está escrito, todo está escrito!- largando la mirada hasta el horizonte, vería la silueta lejana, lejana, de quien la esperaba. Ella imaginaba que él la esperaba y había supuesto su pelo largo, sus rizos negros y sus ojos vivaces y tristes a la vez. Habría imaginado que ella era pequeña pero esbelta, con labios carnosos y redondeados. Él la habría imaginado, esperándole en el pretil de un puente -¡escrito está, escrito está!- y a lo lejos, a lo lejos, mientras lanzaba su mirada al horizonte, habría descubierto su figura melancólica pero divertida, cuando él se acercaba. Él, que como ella había supuesto, caminaba despistado, dejando que la tarde cayera sobre sus hombros con la ligereza del olvido, traía la sonrisa enamorada y la alegría de ambos en el encuentro tanto tiempo esperado, deshizo la soledad de mayo de la muchacha triste pero también alegre y del muchacho cuellicorto, que ahora que lo tenía cerca, se daba cuenta de su cuerpo fino y de sus profundas ojeras que la miraron con la intensidad de un reencuentro, largo y lejos, esperado.


En el pretil del puente -¡escrito está!- no importaron ni el cuellicorto de él, ni la pequeñez de ella, sino las sonrisas enamoradas, llenando de sol, la soledad del tiempo.


DiVersos


La tarde va siendo tranquila y la noche va cayendo ante los ojos cansados.


DiVersos


Una mirada de pez, tras unos cristales de buey.