sábado, 13 de noviembre de 2010

DiVersos


El viejo castaño rinde pleitesía a la joven naturaleza.


----------------------------------------------------------

Puntillas y puertas, cine de mar.


----------------------------------------------------------

En el bar de las ocas, todas ellas parecían cisnes.


----------------------------------------------------------

Bajo el cuadrado de tu media, tiembla el brío de tu carne prieta.


----------------------------------------------------------

En moto iba coqueta señora de edad mediana. Iba luciendo, vespa del presente y morada mañanita de lana.


-----------------------------------------------------------

In media res, la vida es.


-----------------------------------------------------------

En la calle, el cayado sostiene la edad en la piedra.


-----------------------------------------------------------


Tinieblas son, sin esperanza cuelan.


-----------------------------------------------------------


Una boda: la clase media y obrera, juegan a las fiestas de palacio.


Narraciones ficticias 21


REOJO


Por la aburrida nostalgia de sus ojos, se ha cruzado, ya cerca de la noche, un fulgor. El rojo de la camiseta escotada y el hombre, ojos golosos.
Un anodino hombre, de horas y horas de trabajo. No hay nadie que espere, ni cálida casa que cobige de las tormentas y los rayos.
Más bien, un hombre imbécil, que lleva la soledad de la ciudad en el rostro. Un hombre lelo, lleno de nostalgias imposibles. Un tonto de mirada seca que regó el fulgor, en el mismo instante en que lo apagó.

Se daba cuenta. Hace tiempo que se daba cuenta de la inermidad, de la indiferencia mineral que le invadía. Cada hora un poco más, hasta llegar al segundo que todo lo transforma.
El día había sido largo y monótona su jornada, en ese trabajo soso, más bien estéril que tenía. Sobretodo soledad.
Detrás de aquél mostrador al que se acercaban muy pocas personas al día, las horas pasaban con la lentitud del aburrimiento, y en el pensamiento polvo. Sin ocurrencias, sin distracción de la abulia. Un minuto más y el espanto aburrido y monótono, habría terminado.

Y seguía otro espanto de aburrimiento y soledad, en el trayecto de vuelta a casa. A casa, qué casa.

¡Ah, el fulgor! ¿No había habido un fulgor? de camiseta roja, escotada, de abundante pechoprieto y un hambre de niño. Un fulgor, que no perdería el instante en el que ella se cruza, y muestra más motivos de ojos golosos, subiendo las escaleras, su cuerpo delicioso.

Más bien un hombre seco, cubierto de indiferencia mineral. Un hombre sin rojo ni fulgor. Un segador de chispas.

La La casa vacía, la casa en silencio, la casa limpia neutramente. Neutramente limpia de la presencia mineral del tiempo.

Neutramente limpia y él, polvo.