sábado, 9 de mayo de 2009

Narraciones ficticias


El reloj queda justo encima de su cabeza. Marca las seis y cinco. Es uno de esos relojes antiguos de las estaciones de antes. Allí con pantalón vaquero y camiseta de no recuerdo qué color, hay un hombre. Despide, presintiendo que para siempre, a una joven con la que ha vivido un amor de verano en la edad de primavera de ella.
El tren es un antiguo tren de correos que debía recorrer más de seiscientos kilómetros, dejando sacas de cartas, entonces aún útiles, en cada pueblo importante de su largo recorrido.
El hombre mira el tren como se aleja, cada metro de distancia, un mar que los separa. No puede dejar esa estela.
Recuerdo aquel día, aunque lo tengo olvidado. No recuerdo la fecha, por ejamplo, era una tarde de finales o cerca de finales de agosto. No recuerdo, ¿cómo puede olvidarse una pasión? ¿por qué la memoria es un hombre seductor y traidor? Rompe los recuerdos como se rompen las cartas o las fotos, como se rompen los exvotos, luego otra tarde. Otra tarde casi tan olvidada como la anterior.
A lo lejos, el hombre es punto o mota y la tarde, un septiembre incipiente.
A lo lejos, vuelve la memoria traidora y el recuerdo en fuga de las seis y cinco, en la esfera varada de un reloj de los de antes de las estacioones antiguas.


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