viernes, 11 de diciembre de 2009

narraciones ficticias 18


HORA VALLE



Hora valle. Son más de las ocho y media de la tarde. Valle de espera en el andén de la vida.


En este valle de espera hay tres mujeres y un hombre, sobre el andén de los días. Las tres mujeres y el hombre han pasado ya la mediana edad de estos pagos.
En la hora valle de la entrada en la noche, las señoras parecen muy arregladitas. Señoras de barrio, bien arregladas, que vienen del centro de cualquier ciudad que llamarse quiera, ese punto urbano de geografía económica.
Esperan a que las horas vengan y a que el tren llegue. Diríase que sus días conocen muchos valles.
De pronto, en la pacífica charla que mantienen, irrumpe el asombro, en el andén de enfrente, una de ellas ha visto a alguien y la señora arregladita y con tantos valles entre sus días, llama y llama a alguna figura de la otra orilla, que lo asombroso, no es que no se entere, o no oiga, lo asombroso es el asombro.


Las señoras hablaban con la pasmosidad de la espera en las horas valles de los trenes, sosegadas se hablaban, al ldo de un hombre que no participaba en la conversación pero era de ellas, de una de ellas. Y así, de pronto, tal como si algo hubiera irrumpido al mirar al otro andén, se producen alborotos de llamadas a alguien que no las oye o no las conoce, o no quisiera enterarse. Los andenes son valles sin eco.


El hombre que acompaña a las señoras arregladitas contempla displicente la algarabía de brazos que lanzan las señoras que, al fín, son vistas por otra señora, tan bien, arregladita. La señora toca, ligeramente en la chaqueta, a un señor distraído, verdadero objetivo del asombro de las señoras que le claman el equívoco de andén y el asombro de su ausencia.


El señor distraído, distraídamente les mira y ante la agitada indicación de dar la vuelta, enfila, distraida y lentamente la subida de las escaleras eléctricas, seguido de la señora que le tocó la chaqueta.
La escalera elétrica sube lentamente, sube como suben las escaleras eléctricas, a ritmo calmo, mecánico, con esa cadencia tan chocante entre el ajetreo incesante que las envuelve.


La hora valle, va llegando a su punto y se anuncia eléctricamente la pronta entrada del tren. Las señoras arregladitas, se agitan con el fin de la espera y gritan, ¡qué vas a perder el tren!, al señor distraído, que asombrosamente va charlando calmadamente y mecánicamente con la señora que le tocó la chaqueta. Asombrosamente sin siquiera mirar a las señoras arregladitas, que una y otra vez le gritan: lo vas a perder, lo vas a perder. Ni una vez les mira a las señoras apuradas.


El tren ha llegado y en esa hora de la tarde, la espera convierte sus puertas en un panal de rica miel.


El señor distraído baja por la escalera mecánica, al ritmo mecánico y calmo que tienen por suyo estas escaleras. La señora arregladita, que se asombró del valle que había entre ambos y le llamó, le mira, desde luego le mira asombradamente y le señala el tren que silva ya su salida. El señor distraído esta vez, aún distraídamente, la mira. Asiente, sin más.


Cuando llega, las señoras arregladitas le dan un beso, con el asombro en silencio o contritamente sabiendo que en el andén de la vida, hay siempre un tren puntual para el valle del olvido.


El hombre que las acompaña estrecha la mano, al señor distraído.


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